Ascensor
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3.761 HBDAscensor
<div class="text-justify"> El elevador de Doña Amanda era el chismoso del edificio. No había día en que no tuviera una nueva queja: un traqueteo aquí, un chillido allá, un portazo inesperado que hacía saltar del susto a quien entrara. Pero para Doña Amanda, de 93 años y residente del séptimo piso, no era solo una molestia, era su conexión con el mundo. Una mañana, el chismoso se calló. La puerta se abrió en el primer piso y no se movió más. Los vecinos empezaron a quejarse, pero para Doña Amanda, la noticia fue como un puñetazo en el estómago. La idea de bajar siete pisos por las escaleras era impensable para sus rodillas, que ya habían cumplido su cuota de vida. <center> </center> Los primeros dos días los pasó llamando a su hijo, su nieta y al conserje. La respuesta era siempre la misma: "Ya lo revisaron, doña Amanda. Hay que esperar la pieza". Esperar. Una palabra que en su diccionario significaba quedarse quieta, sin poder salir, y para ella eso era una condena. El tercer día se sintió la soledad. Acostumbrada a bajar a la panadería a comprar galletas y charlar con la señora de la caja, o simplemente a sentarse en la plaza a ver a la gente pasar, se sintió encerrada. La ventana de su apartamento se convirtió en su única televisión, y las palomas en el cable eran sus únicas visitas. El cuarto día el olor de los huevos que se le iban a pudrir en la nevera se hizo insoportable. Y el quinto día, la desesperación fue la que la impulsó a bajar las escaleras. Se agarró de la barandilla con ambas manos, un dolor agudo la atravesó en cada paso, pero no se rindió. Por primera vez en mucho tiempo, pensó en el ascensor no como un problema, sino como un amigo al que extrañaba. Cuando por fin llegó a la puerta del edificio, sus piernas temblaban y el corazón le latía con fuerza. Pero una sonrisa se dibujó en su rostro al ver a su nieta con una bolsa llena de sus galletas favoritas. "No te preocupes, abuela. El ascensor ya funciona", le dijo. Doña Amanda se volteó para ver las puertas del ascensor abriéndose y cerrándose sin problema. Su chismoso había vuelto a funcionar. Con un suspiro de alivio, Doña Amanda subió lentamente al ascensor. Esta vez el traqueteo y los ruidos extraños que hacía no le molestaban, sino que le sonaban a la voz de un viejo amigo. Era la banda sonora de la libertad de poder volver a salir. <br> <br> **Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.** </div>  
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