El Enigma de Baphomet (279)

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El Enigma de Baphomet (279)
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—¿No les vendiste pelucas? —la interrumpió Pablo riéndose cariñoso
—. Con las pelucas —se dirigió a mí— gana más dinero que con los diamantes, ya ves: algo que no puedo entender. Está visto que yo, para los negocios, soy negado. Antes de venir a los EEUU, creía que el único negocio era comprar un piso, esperar un poco y venderlo más caro, pero a ella le viene de herencia: ya su abuelo era un americano muy emprendedor y viajero, y hacía negocios comprando y vendiendo las cosas más raras por todo el mundo.

Me pasaron a la habitación de huéspedes decorada con gusto exquisito y una comodidad insultante en todos sus detalles.
Cuando bajé al salón, de nuevo, y abrí la puerta, me quedé pasmado escuchando una voz que salía de todas partes, como el día de los policías en París, en la Estación del Norte: “Hoy vamos a celebrar, aunque con algo de retraso, el cumpleaños de Leo, que se lo tiene merecido”.

Pablo encendió una pantalla, y era Clara al otro lado desfigurando la voz engolada.
“Empieza la videoconferencia simultánea” —dijo Alice encendiendo otra, donde estaba el profesor de lengua. Y también la tercera, donde apareció Nora, a quien, por fin, conocieron en persona a través de la pantalla.

Y comenzaron todos a coro a cantarme: “Japi verde tuyú, japi verde tuyú...”, como cantábamos en nuestras fiestas de cumpleaños juveniles malagueños. No imaginaba que a alguien le pudiera hacer tanta gracia como a Alice que se retorcía de risa con la letra por la ocurrencia tan inocente.
Sonó el timbre y Pablo abrió a los del “cátering”. En unos instantes humeaban las fuentes sobre los manteles y comenzamos una de las tertulias más felices de mi vida.

—“¿Estáis viendo los pergaminos?” —les pregunté.

—Ya casi los tenemos transcritos. No hemos parado —dijo Clara.
Intervino el profesor:

—Yo quería haberme reservado lucirme un poco en mi estilo literario y conservar la vanidad oculta narrando este encuentro, pero veo que es mejor así, en directo, simplemente describiendo lo que ocurre entre nosotros, para dar a conocer los avatares que hemos pasado en la confección del libro. Esta noche no puede pasar sin haber elegido el título; que todavía no lo tenemos.
Nora hizo zoom con su cámara diciendo: “BAPHOMET” ¿Qué os parece? Baphomet a secas.

Quedamos todos pensando y asintiendo: “Es el mejor título, no cabe duda.”

El profesor, sonriente, dijo: Al final ni siquiera el título he escrito. Yo creo que tenéis que figurar todos como autores y yo quitarme de en medio.

Se levantó Pablo de la mesa y manipuló sus botones electrónicos. Rebobinó el archivo de lo que habíamos hablado, y simuló un mensaje de letras y sonido desfigurando la voz de Nora en todos los tonos posibles, como si fuera el título de una película en la pantalla animada, salido de las cavernas unas veces, otras silbando por el aire, otras venido desde el infinito: “Baphoooomeetttttt”, “Baaaaaaphooooomet”, “Baphomet”.

Se levantó Leo y manipuló el ordenador. Salío en la pantalla un zoom con una frase escrita ardiendo en una hoguera: “El Enigma, El enigma de Baaaaaphoooomet”
Todos nos reímos y Pablo continuó diciendo: “Los verdaderos autores son Martín, Roderico, Gelvira, Leo, Clara y Nora que son los que han escrito y escrito con denuedo.

El profesor intervino al otro lado de la pantalla:

—Y ahora vosotros, Pablo y Alice, con esta celebración de banquete-conferencia”.

—¿Qué tiene usted en el plato? —le pregunté yo.

—Una salchicha y un huevo. No me llames de usted que me haces más viejo. Desde ahora en adelante ya, de tú, siempre. Los últimos años de docencia, hasta los alumnos más pequeños me llamaban Jesús a secas; y, con esa moda que impera en los institutos españoles, de tú me trataban. No vais a ser vosotros menos. ¡Cada día me sorprendo más con esta maravilla! Es increíble que tan lejos estemos tan juntos.

Dijo Pablo con chanza: “la telecomunicación no será perfecta hasta que no
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